Muchos nos habían advertido sobre cómo era Bariloche en temporada alta -demasiados turistas, las calles llenas de coches, las playas llenas de gente, la ciudad literalmente explota- nos dijeron. Cuando salimos después del desayuno manejando 80 km desde Villa Angostura hasta Bariloche nuestras expectativas estaban bien claras. Después de tener que tachar Chile de nuestro itinerario, decidimos pasar las dos semanas siguientes principalmente tumbados disfrutando de las playas Argentinas. Comenzamos con las playas sureñas, en los distintos lagos que rodean Bariloche. Si bien en plena temporada es muy difícil conseguir hospedaje con tan poca anticipación, en este momento hubo muchas cancelaciones por corona, lo que de alguna manera nos ayudó a conseguir una linda cabana. Los días en Bariloche estuvieron marcados por la planificación y la organización por la mañana, antes de ir a una de las playas por la tarde; para relajarse, tomar mate y dormir la siesta. El primer día fuimos a Bahía Serena, a 12 km de la ciudad, a una de las playas más populares de la región. El viernes por la tarde, como era de esperar, había mucha actividad, pero no estaba tan lleno como esperábamos. Así que encontramos un buen lugar y terminamos el día con una cerveza. Tras la puesta de sol, por fin volvimos a cocinar y disfrutamos al máximo de la gran cocina en nuestra cabaña. Estaba a sólo dos cuadras del lago y tenía un jardín tan grande que realmente no necesitabas salir de ahí para disfrutar de la naturaleza y de mucha paz y tranquilidad. Especial fueron sin duda los dos pavos reales que tenían de mascotas, que obviamente también apreciaron las ventajas del hermoso jardín, se sintieron perfectamente en casa y nos saludaron cada vez que salíamos desde la puerta de nuestra cabaña en el primer piso. Al día siguiente, probamos un chiringuito a poca distancia, que ofrecía deliciosos tragos de vermut, un vino licoroso típico del país, y estupendas vistas del enorme lago Nahuel Huapi, a pesar del fuerte viento de la tarde. Por supuesto, en el transcurso del fin de semana, también probamos la pequeña cervecería a la vuelta de la esquina, que servía hamburguesas y cerveza artesanal. El fin de semana pasó volando, entre trabajo y disfrute y durante la semana nos trasladamos 15 kilómetros más lejos de la ciudad, al apartado barrio de Villa Campanario en la península de San Pedro. Aquí, nuestro anfitrión Ricardo ya nos estaba esperando, nos mostró su casita - una cabaña de madera con un gran jardín directamente en el lago- y nos dio valiosos consejos para explorar los alrededores, ya que esta zona era para nosotros desconocida. Nuestro ritmo diario se mantuvo, solo que en esta zona si había mucha menos gente que en la zona de los kilómetros, más cercana al centro. La tranquila y remota península de San Pedro cuenta con varias playas públicas. Una de ellas ofrece una súper vista de Bariloche, tiene sol hasta después de las 8 de la noche y una entrada al agua muy poco profunda - ideal para familias con niños y para un refrescante chapuzón en el agua fresca. Al otro lado de la isla, otra playita ofrece un lugar entre las piedras, donde se escucha el sonido de las pequeñas olas, y se aprecia una linda vista de las montañas. Al final de la semana, descubrimos una playa escondida debajo de una hilera de casas directamente en el lago, frente a la cual estaban anclados varios barcos de vela: un lugar estupendo y bastante oculto. Nos vino bien bajar un poco el ritmo y poder organizar algunas cosas pendientes, así que nos despedimos finalmente de las montañas, después de varias semanas con su compañía, y nos trasladamos rumbo este hacia la costa atlántica - ¡Adiós Bariloche, hasta la próxima!
Recorrimos 650 kilómetros a través del país por la Ruta 23. Los primeros kilómetros eran de ripio, algunos de los cuales fueron realmente duros. Después de un tercio del camino por colinas y valles, nos sentimos aliviados al ver cerca la carretera asfaltada. Aunque la Gaucha está preparada para casi cualquier terreno, lo más relajante es conducir por el asfalto, condujimos hacia el sol del atardecer hasta ver el Océano Atlántico después de casi 10 horas al volante. En el camino de ida, ya habíamos pasado la noche en el pequeño camping Oasis y decidimos volver a parar en el mismo lugar. Con el último sol del día, entramos en el camping, que a diferencia de la primera vez en temporada baja, ahora estaba bastante lleno. Armamos nuestra carpa rápidamente y decidimos probar la garrafita de gas que habíamos comprado para cocinar en Chile. La noche estaba estrellada y nosotros muy cansados, por lo que tardamos poco en dormir. A la mañana siguiente fuimos a la playa temprano con la Gaucha y después de un corto paseo por las dunas desayunamos en un ambiente casi desierto. La razón por la que nadie más que nosotros estaba allí por la mañana pronto se hizo evidente: era marea baja y el agua estaba a varios cientos de metros. Nos habíamos olvidado de chequear esto, y esperábamos que el mar llegase pronto, hacía mucho calor! Disfrutamos del mate, del pan casero del camping con mermelada y de la fruta que habíamos comprado. Después de un largo paseo por la playa, el agua se acercaba por momentos y poco después del mediodía pudimos por fin darnos el tan ansiado baño en el Atlántico, ¡qué refrescante finalmente entrar al agua! El sol ahora estaba a más de 30 grados! Pasamos el resto del día en la playa hasta que finalmente se puso el sol y nos retiramos al camping, nos duchamos y preparamos un arroz. La segunda noche, por desgracia, no fue tan relajante como la primera; a la 1:30 am llegaron nuevos vecinos que se instalaron a ambos lados de nuestra carpa. Hablaban como si fueran las 5 de la tarde, decidiendo donde poner las tiendas. Cuando por fin estuvieron listos, uno de ellos roncaba como elefante y se sentía tan cerca que Marina se durmió pasadas las 3 am, luego de una caminata nocturna y la solución de Chris de usar tapones para los oídos. Santo remedio! =) A la mañana siguiente condujimos 500 km hacia el norte por la costa atlántica hasta Pehuen-Co. También habíamos parado en el camping en Bosque Encantado en el camino de ida, y la verdad preferimos ir a lo seguro, este camping también era buenísimo. Igual que el anterior estaba mucho más lleno ahora, pero nos las arreglamos para encontrar un buen lugar en el bosque y llegamos a la playa para la puesta de sol esta vez. En lo alto de las dunas, tuvimos una gran vista del atardecer sobre el mar, cayó sobre el agua como cae en Uruguay sobre el rio de la Plata. Más tarde, cuando las estrellas brillaron en el cielo, fue perfecto. Una vez más, comimos un risotto de verduras antes de ir a la carpa para pasar una noche tranquila. Con los primeros rayos de sol del nuevo día, ya estábamos en la playa para desayunar antes de hacer una rápida parada en el pueblo a la hora de comer para hacer algunas compras. Teníamos ganas de comer asado, para aprovechar la parrilla y el buen clima. Al caer la noche, prendimos el fuego y asamos no solo carne, sino también una variedad de verduras.
La mañana siguiente, luego del desayuno en la playa y antes de que haga demasiado calor, partimos en dirección a la costa atlántica del norte. Sólo fueron 350 km esta vez, por lo que llegamos por la tarde a Arenas Verdes, a un camping situado al norte de la conocida localidad turística de Necochea en la provincia de Buenos Aires, y este lugar era nuevo para los dos. Aquí, la playa ya se acercaba más a lo que conocemos: tenía un bar, un restaurante y varias cabañas pequeñas en la playa. Esto significaba un poco más de ajetreo que en las playas solitarias de antes. Para nosotros estar en un lugar nuevo fue un cambio bienvenido, aprovechamos el bar de la playa para usar el wifi y llamar a casa mientras nos refrescábamos con uan limonada escapándonos del calor del mediodía. Las olas ya eran un poco más grandes aquí, nos divertimos surfeándolas y también tuvimos un par de salpicadas inesperadas. Esa noche disfrutamos la parrilla y la carpa, sabíamos que el día siguiente el tiempo cambiaría de soleado a lluvioso. Durante el día estuvo un poco nublado y pudimos meternos al agua. Sólo cuando aparecieron nubes cada vez más oscuras por la tarde, nosotros y algunos más anunciamos retirada. Desarmamos la carpa y preparamos la Gaucha para dormir allí esa noche. Que buena decisión hacerlo temprano! Solo un rato después de dejar todo listo y salir de la ducha, empezó a llover a cántaros! Como la Gaucha ya estaba llena y lista para viajar, no teníamos donde quedarnos. Había solo dos restaurantes en Arenas Verdes; uno de ellos estaba cerrado y el otro abría una hora y media más tarde. Nos quedamos bajo el techo de la entrada, junto a los chicos que trabajaban en el camping hasta que se hizo la hora de comer. La fonda de Guillermina resultó ser un restaurant muy cálido, con comida tradicional y decoración hogareña. Por supuesto que se llenó muy rápidamente, todos teníamos el mismo plan. Comimos empanadas, pastas caseras y un flan con dulce de leche de postre. La lluvia continuó durante toda la noche y nos alegramos de pasarla en la Gaucha, aunque no pudimos dormir muy bien por la constante lluvia. A la mañana siguiente, el camping estaba literalmente arrasado: algunos campistas se habían retirado durante la noche o a primera hora de la mañana debido a las fuertes lluvias y los caminos se habían convertido en ríos. Armados con mate caliente, salimos del lugar alrededor de las 10 de la mañana con otros 350 km por delante en nuestro último tramo a lo largo de la costa. En la ciudad costera más grande de Argentina, Mar de Plata, nos detuvimos a almorzar, y eso es todo lo que el centro turístico nos invitó a hacer. Aquí, los baluartes de los hoteles se alineaban a lo largo de la playa y, a la hora de comer, la multitud de turistas se agolpaba en las calles. Acostumbrados ahora a las playas vacías, no lo disfrutamos tanto. Dos horas después llegamos a Nueva Atlantis, un pequeño y acogedor pueblo de playa donde los padres de Marina pasaron una semana de vacaciones. Habíamos pensado llegar de sorpresa, pero finalmente decidimos avisarles, ya que estábamos muy cerca como para no pasar a verlos. Estábamos encantados de volver a vernos y Marta, la madre de Marina, preparó una deliciosa cena para celebrar la ocasión. El día siguiente fue una celebración de cumpleaños: Ricardo, el padre de Marina, cumplía 62 años y pasamos todo el día juntos. El tiempo siguió nublado, por lo que el paseo por la playa por la mañana ventosa fue muy corto. El cumpleañero se quedó contento igualmente festejando en casa con su asado y la familia, a veces no se necesita más. Después de la siesta, volvimos a ir a la playa con mejor tiempo, aunque con pullover y pantalones largos, pero al menos conseguimos hacer algunas fotos juntos! Por la noche, paseamos por el pequeño centro de Mar de Ajo y nos deleitamos con un delicioso pescado en el restaurante. El día de nuestra partida, el sol apareció temprano, así que decidimos pasar la mañana en la playa, despedirnos del mar. Ahora, por fin, también aparecieron los conocidos vendedores de churros que recorren la playa de arriba abajo y de los cuales Marina había hablado tanto. Los churros con dulce de leche son obligados para merendar en la playa. Finalmente llegó el momento de despedirse de la costa atlántica, nos alegramos de haber tenido varios días de sol y de disfrutar del mar. Ahora era tiempo de manejar rumbo a Buenos Aires. Otros 350 kilómetros por la Ruta 2 hacia la capital argentina, y con cada kilómetro más cerca de la metrópoli nos dábamos cuenta de lo alejados que habíamos estado de la vida de la gran ciudad en los últimos meses.Después de algo más de 100 días y algo más de 15.000 kilómetros recorridos, llegamos a la casa de Marina en Quilmes a las 3:30 de la tarde, donde su hermana Lucía y el perro Simón ya nos esperaban ansiosos. Este fue el final de nuestro único e inolvidable viaje a la Patagonia, lo pensamos y planeamos por mucho tiempo, finalmente llegó y ya terminó. Cuántos lugares, noches estrelladas, comidas, amaneceres, montanas, lagos, campos, cuanta inmensidad. Este viaje nos muchos momentos, experiencias y recuerdos. ¡Muchas Gracias por este maravilloso tiempo, Patagonia - a tu paisaje, tu naturaleza, tu gente y tu cultura! ¡Viva la Patagonia!
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