Equipados con suficiente comida, agua, Diesel y mochilas bien cargadas, dejamos las Cabañas Las Lumas de Cristina y emprendimos un viaje corto al Parque Nacional de Los Alerces. A pocos kilómetros de Esquel, la carretera asciende de forma constante, colmada de grandes vistas hacia el valle, hasta que nos topamos con la puerta de entrada al parque nacional. Hablando con el guardaparques nos enteramos al llegar de que, algunos de los senderos de la parte central del parque estaban cerradas, por lo que preferimos pasar el fin de semana en la parte más septentrional y remota. Por lo general, sólo una parte del parque nacional está abierta a los visitantes, el resto consiste en una zona protegida, principalmente para proteger los longevos alerces. Éstos árboles son similares a las secuoyas de Estados Unidos y pueden llegar a tener más de 3.000 años, ¡una edad inimaginable! Ansiosos por saber cuándo descubriríamos nuestro primer alerce, nos dirigimos a la parte norte del parque. El sector accesible para los visitantes puede recorrerse íntegramente en coche por una carretera de ripio más o menos buena. Hay numerosas excursiones pequeñas y también grandes posibles para quienes lo visiten: subiendo las montañas, que alcanzan los 2.000 metros de altura, a lo largo de uno de los muchos ríos o alrededor de uno de los 14 lagos situados en el parque. Pasamos todo el día avanzando lentamente hacia el norte de sendero en sendero. Nuestra primera parada fue a pocos kilómetros de la entrada del parque, en un mirador sobre el Lago Futalaufquen. Después, continuamos hasta una pequeña cascada y, como estábamos avanzando bien, decidimos afrontar la larga caminata hasta la laguna escondida. Estábamos bien equipados para ello, ya que íbamos a subir a la montaña durante unas horas. Con cada caminata, uno se sumerge en la naturaleza virgen e inmediatamente se siente en otro mundo; entre los árboles, las ramitas crujientes, el canto de los pájaros y el zumbido de los insectos. Acompañados de unas vistas estupendas, llegamos a la laguna cuando empezó a llover y aprovechamos ese momento para comer al refugio de los árboles, aunque no sin mojarnos. Como siempre, la lluvia desapareció al poco tiempo y el agua cristalina de la laguna brilló bajo el sol. Estudiamos con diligencia el mapa de flora y fauna que el guardaparque nos había entregado a la entrada y avanzamos por primera vez en nuestro conocimiento de los árboles y las plantas. La variación fue realmente enorme, pero aún así tuvimos que esperar un poco más por nuestro primer alerce. De vuelta con la Gaucha, firmamos en el registro para confirmar que habíamos llegado bien y que nadie tenía que buscarnos. A continuación, manejamos al camping "Bahía Solís". En medio de la lluvia que comenzó de nuevo, Lucas nos saludó, nos dio el lugar más hermoso para pasar la noche directamente en el lago. Para nuestra sorpresa, nos ofreció comida caliente, bebidas frías y calientes y snacks de su pequeña tienda - no habíamos esperado eso. Bien equipados, está vez dijimos declinamos la oferta y esperamos con ganas las duchas calientes, que el chico nos prometió . Tanto nosotros como nuestra ropa, estaban mojados por la lluvia en la laguna. Por suerte Lucas no mentía, las duchas eran realmente calientes, con presión. Las mejores hasta ahora! La lluvia había cesado y pudimos preparar la Gaucha para la noche con lo que quedaba de luz, mientras nos calentábamos junto al fuego y poníamos patatas, verduras y pimientos rellenos en la parrilla, acompañando una pasta precocida que en una sartén en el fuego resultó crocante. La cerveza la enfriamos en el lago, lo que apenas fue necesario con temperaturas que rondaban los 0 grados en la oscuridad. Bajo las brillantes estrellas, nos arrastramos abrigados y muertos de cansancio hacia la Gaucha para nuestra primera noche en el parque nacional.
La noche era gélida en el exterior, pero la Gaucha aísla el calor sorprendentemente bien y pudimos dormir bien dentro de nuestros sacos. La lluvia cayó sobre nuestro techo toda la noche, pero por suerte dejó de llover por la mañana y los primeros rayos de sol llegaron al camping. Así que nos levantamos y nos fuimos al lago a desayunar mate, ¡qué comienzo de día! Desde tierra, observamos a los pescadores con mosca en sus barcos en el lago. En este deporte de pesca, muy popular aquí en la Patagonia, se lanza una larga línea por el aire con movimientos de ida y vuelta, para que ésta toque el agua varias veces antes de colocar el señuelo bajo la superficie del agua. Por un lado, esto es necesario porque el cebo es demasiado ligero para lanzarlo y, al mismo tiempo, simula un insecto y, por tanto, una presa potencial para los peces. Las especies de trucha introducidas desde Europa y Estados Unidos dominan ahora las aguas patagónicas y han desplazado en gran medida a las especies de peces autóctonas. Después de este espectáculo matutino, recogimos nuestras mochilas y nos pusimos en camino temprano por la carretera de ripio del parque nacional. Primero fuimos al Lago Verde, que, como su nombre indica, es un lago verde brillante. Tras una pequeña subida por el bosque, tuvimos una gran vista del lago, donde hay un alojamiento bien equipado. Luego descendimos hasta el Río Arrayanes, que conecta el norte del Lago Rivadavia con el oeste del Lago Menéndez y el sur del Lago Futalaufquen. El día anterior, ya habíamos recorrido unos kilómetros por el Río Arrayanes a través del parque y pudimos admirar sus aguas cristalinas de color turquesa. Un estrecho sendero nos llevó a adentrarnos más y más en el bosque mixto patagónico, cada vez más abajo. A estas alturas ya podíamos distinguir las especies arbóreas comunes: el radal, el coihue o el ciprés nos eran familiares. Aquí, en el río, nos encontramos por primera vez con un gran número de arrayanes de color amarillo anaranjado, que transforman toda la ribera en un lugar místico por su especial tono y su red de ramas. Y por fin llegó el momento: al final del camino nos esperaba nuestro primer alerce! Con más de 800 años de antigüedad, ha resistido innumerables tormentas, inundaciones e incendios y se eleva sobre toda la ribera del río no sólo por su tamaño, sino sobre todo por toda su presencia y su aura especial. Muy impresionante y un lugar especial. Felices y fascinados, volvimos al camping, donde completamos el pequeño "circuito a casa" de 5 km a lo largo del Lago Rivadavia antes de quitarnos las botas de montaña y meternos descalzos en el agua helada del lago. Claramente demasiado frío para nadar, pero ideal para una excursión vesprtina en kayak. Lucas nos alquiló a última hora un kayak para dos personas y remamos hasta una pequeña isla que había cerca y de vuelta al camping. No podíamos sentir nuestros pies al salir, caminamos descalzos y los pies estaban entumecidos, pero la diversión valió la pena. Fue bueno el cambio de ejercicio. Enseguida nos dirigimos a la ducha caliente y a encender el fuego. Las patatas y verduras restantes se fueron a la parrilla (por desgracia, descubrimos que habíamos comprado un pepino en lugar de una calabaza), y comimos unas sensacionales hamburguesas recién preparadas por los colegas de Lucas y la cerveza restante de nuestra propia heladera del lago, ¿qué más se puede pedir? Salvo quizá unos grados más de temperatura... =)
Segunda noche, por segunda vez temperaturas bajo cero y de nuevo lluvia continua durante la noche. Por la mañana volvimos a tener la suerte de que la lluvia cesara brevemente, pero esta vez sólo durante unos minutos y, por desgracia, la previsión meteorológica para hoy no era muy prometedora: una máxima de 4 grados, mucho viento y mucha lluvia. El clima ideal para un paseo en barco =) Todo es cuestión de actitud y de la ropa adecuada. Desayunamos en la Gaucha y nos dirigimos al pequeño puerto en el centro del parque nacional. Como llegamos muy temprano, decidimos dar un paseo matutino bajo la lluvia antes de subir al barco. Al principio al menos estábamos calientes y nuestro equipo de lluvia nos salvó del agua. Sin embargo algo más de una hora caminando bajo el agua que no cesaba ni un minuto, hizo que las botas de montaña de Marina, que ya han contado sus mejores días, no resistieran la prueba del agua, lo que se tradujo en pies mojados y fríos durante el resto del día. El guardabosques de la entrada nos había mandado hacer el paseo circular de forma relajada, pero a cada kilómetro que pasaba nos dábamos cuenta de que no llegaríamos al coche a tiempo para buscar nuestro mate caliente para disfrutar en el barco. Al final nos rendimos, afortunadamente habíamos llevado suficientes provisiones y agua (fría). Poco a poco fueron llegando los demás participantes de la excursión, una colorida mezcla de turistas argentinos de todas las edades, entre los que destacaba un grupo de señoras mayores. Pobres, las señoras no estaban en absoluto preparadas para el clima y llegaron al barco charlando bajo ponchos de plástico y zapatillas. Nuestros dos guías del parque y el capitán estaban a bordo, estábamos listos para partir. Justo a tiempo para la salida, el sol apareció brevemente, pero luego desapareció de nuevo detrás de densas nubes para no volver a aparecer por el resto del día. El barco nos llevó a través del Lago Menéndez, pasando por un glaciar colgante, que apenas pudimos ver debido a las nubes. Después de una hora, llegamos a una isla en la parte protegida del parque. Aquí la vegetación seguía siendo 100% autóctona y el clima lluvioso daba al bosque húmedo un toque místico. Las señoras fueron con uno de los guías por el sendero corto, nosotros hicimos la ronda larga con el otro guía, que se convirtió en la caminata más hermosa e impresionante de todo el parque. Caminamos durante unas dos horas por el bosque, subiendo y bajando colinas, a lo largo de ríos y cascadas, hasta que llegamos al punto culminante de la isla, en lo más profundo del bosque: el abuelo, un alerce de 2.600 años de antigüedad. Nuestro guía nos habló mucho del parque, de las características especiales de los alerces y de por qué están estrictamente protegidos hoy en día. También nos explicó las diferencias climáticas entre las distintas zonas de vegetación de la Patagonia, las causas de los vientos del Atlántico y del Pacífico y la influencia de las precipitaciones, claves para la existencia de estos árboles, de modo que aprendimos mucho además de maravillarnos con las vistas. Impresionados, empapados, tiritando y cansados, volvimos al barco y bajo la lluvia a nuestro campamento de nuevo. Los chicos del camping apenas podían creer que volvíamos y nos miraron incrédulos cuando les dijimos que queríamos quedarnos otra noche. ¿Qué? ¿En la lluvia? ¡Sí! Su ducha caliente era demasiado buena como para arriesgarnos a buscar otra, las volvimos a utilizar con gusto antes de preparar un arroz con palta y atún y comerlo, esta vez sin fuego y en la gaucha. También por ser la última noche en el parque, nos regalamos una botella de vino blanco=)
Esta noche pareció la noche récord en cuanto a frío, así que al día siguiente amanecimos con muchas ganas de desayunar algo caliente. Para nuestra sorpresa, las montañas que nos rodeaban estaban medio cubiertas de una capa blanca de nieve, prueba del frío que hizo. Como aún era temprano, los chicos del camping seguían durmiendo, así que tuvimos que prescindir del agua caliente que pedíamos cada mañana, dejamos el dinero en un sobre, abrimos la tranquera y salimos. Afortunadamente, el parque volvió a mostrar su lado más bello a primera hora de la mañana, salió el sol y obtuvimos otra gran vista de los lagos azules bajo las blancas montañas relucientes – casi pensamos en quedarnos más tiempo =) A 15 kilómetros del parque paramos en la primera gasolinera, pedimos tostados calientes y con wifi recibimos todos los mensajes de los últimos cuatro días. Luego seguimos con unos mates calientes hasta que giramos de nuevo hacia el norte por la Ruta 40. La Ruta 40 es realmente una carretera de ensueño y corre a lo largo de Argentina través de paisajes únicos. Después de poco menos de una hora, llegamos a Lago Puelo, un pueblo al pie de un lago y de otro parque nacional, aunque muy pequeño. Con 15 grados de temperatura y sol, subimos la montaña hasta el mirador y tentamos con nuestra merienda a los hambrientos pájaros. Volvimos caminando a lo largo del río y ya estábamos deseando tomar otro tentempié y la última cerveza fría al sol junto al lago, cuando la tarde tomó de repente un rumbo diferente. En lugar de ropa húmeda para secar al sol, Marina volvió de la camioneta con malas noticias: había cerrado la Gaucha y dejado las llaves adentro! ¡Qué mal! Para nuestra increíble suerte, vimos la llave colgando en bolsillo exterior de la mochila de Marina, que estaba en el asiento trasero y por pura coincidencia, exactamente esta ventanilla estaba apenas abierta - ¡surgió la esperanza! Los primeros intentos de abrir la ventana fracasaron estrepitosamente y la idea de pescar la llave con un palo y un hilo también estuvieron condenados al fracaso. Ni siquiera un pescador que pasaba por allí, con equipo de pesca profesional, pudo ayudarnos. Así que nos dirigimos a los guardas del parque en busca de un alambre con el que sacar la llave por la ventana. Marina fue en su búsqueda y regresó con Javier, un guardabosques extremadamente amable. Mientras tanto, Christian había probado suerte con un trozo de alambre que había encontrado atado a un hilo y había conseguido sacar una campera, que estaba atascada entre la llave y la ventana , y que dificultaba el acceso a la llave. Javier llevaba consigo un gran trozo de alambre y enseguida se puso a trabajar con motivación. Después de una hora de tanteos infructuosos con el cristal de la ventana, estaba claro que esto no iba a funcionar. Estábamos a punto de cortar con una navaja una cubierta de plástico que hace de protección contra la lluvia y que está sobre la ventana , para poder agarrar la mochila con las manos, cuando de repente las cosas empezaron a moverse. Al principio, Javier había conseguido presionar su mano de forma algo dolorosa a través del hueco abierto en la ventana, y con nuestras fuerzas combinadas pudimos doblar un poco la cubierta de plástico hacia arriba. Con sus manos más delgadas, Marina tenía ahora un buen acceso y eligió una nueva táctica: levantamos la pesada mochila con el alambre para poder llegar a la abertura superior donde estaba otro bolsito pequeño con la llave de repuesto. Qué alivio cuando pudimos sacarla con éxito! No hubo que romper nada ni llamar a un cerajero. Supongo que eso es lo que se llama suerte disfrazada. Le dimos las gracias a Javier y, emocionados, nos pusimos en marcha hacia El Bolsón. El pueblo, a unos 100 kilómetros al sur de la gran ciudad de Bariloche, tiene fama de hippie y cuando llegas sabes por qué: un paisaje estupendo, rodeado de grandes montañas, un coste de vida barato, bastante sol y un estilo de vida relajado flota en las calles. En nuestro tercer intento buscando, encontramos un campamento que parecía más bien el jardín de una casa, cuyo gran patio casi invitaba a acampar. Acompañados por tres perros, armamos nuestra carpa, nos dimos una ducha caliente y luego fuimos a una cervecería para disfrutar de una deliciosa cena: un guiso de cordero caliente era justo lo que se necesitaba después de los fríos días en el parque nacional. Al día siguiente teníamos en el programa una gran caminata al "Cajón del Azul" en las puertas de El Bolsón, así que nos fuimos a dormir temprano.
Incluso allí y en la carpa, el termómetro bajó por debajo de los 0 grados durante la noche, por lo que nos alegramos cuando los primeros rayos de sol nos despertaron por la mañana. Los utilizamos para secar todo y pronto nos pusimos en marcha. A sólo 15 minutos de El Bolsón, tomamos un camino de ripio hasta el punto de partida de nuestra caminata. La Gaucha estaba aparcada y las mochilas cargadas de nuevo, nosotros, listos para caminar. Primero bajamos hasta el cauce del río, antes de que siguiera la larga subida por el bosque, siempre hacia arriba y a lo largo del río. El río azul hizo honor a su nombre desde el principio, ya que sus aguas brillaban con un enorme color azul turquesa. Después de dos horas y media de empinada subida, llegamos al primer refugio, "La Playita". Comprobamos que sí, tenía una playa maravillosa que ofrecer. Desayunamos los sándwiches que habíamos traído y disfrutamos de la gran vista del agua corriendo. Después, continuamos durante unas dos horas, pasando por dos cabañas más, hasta que finalmente llegamos a nuestro destino del día. El estruendo del agua se oía desde muy lejos. El río se abría paso a través de un cañón, lo que daba lugar a unos rápidos muy fuertes. Antes de contemplar este espectáculo de cerca, nos tomamos una merecida pausa para la cerveza, junto con los dos gatos del refugio. Casi no querían dejarnos ir y al final se quedaron con las últimas migajas de nuestro almuerzo. Luego bajamos al cañón. El camino se hizo cada vez más estrecho y los miradores del agua que pasaba azotando eran cada vez más impresionantes. Después de haber visto lo que queríamos, volvimos lentamente pero con seguridad, pero no sin antes probar nosotros mismos el refrescante agua de montaña. En un lugar tranquilo, detrás de un puente, había piscinas naturales, que sin duda eran lugares de baño muy frecuentados en pleno verano. Hacía más de 20 grados, pero el agua parecía estar justo por encima del punto de congelación. Sin embargo, llegó el momento de quitarnos las mochilas, quitarnos la ropa y meternos en el agua fresca por unos momentos. Afortunadamente, el sol nos secó rápidamente y, tras unos metros de marcha, se superó el golpe de frío. Al atardecer, después de un total de 20 kilómetros de caminata, llegamos al estacionamiento donde nos esperaba la Gaucha y luego emprendimos los últimos 100 kilómetros de la legendaria Ruta 40 hasta Bariloche. La carretera de ensueño estuvo más que a la altura de su reputación y ofreció fabulosas vistas del paisaje montañoso. Marina condujo la Gaucha en el crepúsculo hasta llegar a las puertas de Bariloche. Mucha gente ya nos había advertido de que la población del pueblo se había disparado en los últimos años, y a lo largo de la carretera de entrada viniendo desde el sur, esto quedó claro de inmediato: el pueblo parece crecer cada vez más por sí solo a lo largo de la Ruta 40, como se puede ver en las numerosas casas y cabañas de nueva construcción. Luego rodamos por el centro de la ciudad y a lo largo del lago Nahuel Huapi en el parque nacional del mismo nombre, dentro del cual se encuentra Bariloche. A sólo dos kilómetros del centro habíamos reservado una pequeña cabaña para una semana y la propietaria, Catarina, nos dio una cálida bienvenida. Una estufa caliente y una ducha igualmente caliente fueron una excelente bienvenida antes de que nos pusiéramos a caminar apresuradamente hacia la cervecería más cercana. Estaba lleno a las 10 de la noche porque Argentina jugaba contra Brasil en la fase de clasificación para el Mundial. Vimos el segundo tiempo con pizza y cerveza, pero lamentablemente el partido no estuvo a la altura de lo que prometía y terminó con un aburrido 0:0. Nadie se alegró mucho de que Argentina tuviera la clasificación para el Mundial en el bolsillo, porque todo el mundo estaba ansioso por una victoria contra el país vecino. Así que la multitud se dispersó rápidamente tras el pitido final y por fin volvimos, muy contentos de esta noche dormir en una cama de verdad. Qué felices nos hacen las pequeñas cosas =)
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